“Las Escuelas Producen Humanos Inútiles” | Por qué John Taylor Gatto tenía razón y qué hacer al respecto

By Yeicob Limdelver

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“…Dada la estructura de poder externa de la sociedad en la que funcionan, el papel institucional de las escuelas, en su mayor parte, es simplemente entrenar a las personas para la obediencia y la conformidad, y hacerlas controlables y adoctrinables”.

Noam Chomsky

Era el primer día de clases en la secundaria y allá, sin que todos los demás se dieran cuenta, cometimos el delito.

Caminamos hacia la cancha de futbol. Y ahí, en la base del poste de la portería había una caja de cigarros y un encendedor.

Quedé paralizado por la indecisión del desafió. —¡Qué el que sea más hombre se fume uno! Dijo un compañero.

Y yo. Ya sabes. Yo sí le entré al desafió. Y él, el que nos reto a todos, el no. Y los demás que iban con nosotros, tampoco.

Y aunque este video no es para enterarte que a los 12 años de edad no tenia ni idea de lo que significa hombría, para enterarte del delito, del otro, del que viene, uno muy gordo, si que tengo que contártelo.

Así que te lo cuento. Que igual te interesa y le da contexto a lo que viene después.

Fue curioso que esa misma mañana, “El Motorcito”, así le decían al maestro de Ciencias Naturales, explicó todo lo relacionado al tabaquismo, desde la primera experiencia y los malestares que produce, hasta convertirse en una adicción. El Motorcito hablaba a gran velocidad, era una rafaga de información.

Todo, todo lo que explicaba de la primera experiencia, coincidía a la perfección con lo que estaba sintiendo. Me dolía la cabeza, sentía ganas de vomitar y un poco mareado, pero sobre todo, vergüenza, los que me habían visto hacerlo, me volteaban a ver. Y yo trataba de mantenerme como si nada.

Pero ahí no acabó todo, cómo crees. Más adelante, en el bachillerato, a pesar de los malestares de aquella primera experiencia que bien recordaba, volví al “estúpido” experimento y me enganché por varios años, llegando a chuparme hasta una cajetilla al día. Así de grave me encontraba a mis 20 años.

Pero aún no te asustes, ni me juzguez mal. También “me he equivocado”, como tu comprenderás. Porque esto no es lo grave, ya te lo dije. Por lo que sigue si que al algoritmo, y a más de uno por ahí, pueden darles ganas de tirar el video y hasta el canal.

Veamos quien aguanta más, nosotros o el algoritmo.

¿Y por qué si iba a la escuela y me esforzaba por estudiar y aprender, por ser un buen muchacho y estudiante, por qué con todo eso me hice fumador profesional?
Simple.

La Educación Moderna es el Más Grande Vende Humo de la historia. También esta me la tuve que fumar. La escuela no me enseñó a triunfar.

Y ya que nos pusimos serios, que así sea de aquí en adelante. El sistema educativo nos lleva al fracaso.

“…lo chocante es que hayamos adoptado con tanto entusiasmo uno de los peores aspectos de la cultura prusiana: un sistema educativo diseñado deliberadamente para producir intelectos mediocres, para obstaculizar la vida interior, para negar a los estudiantes habilidades de liderazgo apreciables y para garantizar ciudadanos dóciles e incompletos, todo con el fin de hacer que la población sea “manejable”.

John Taylor Gatto

Esto que a primera vista puede sonar a herejía, con un vistazo a la historia nos revela que ésta fue la intención desde el principio. Los sistemas escolares estatales, gratuitos y obligatorios de Occidente se basaron en el estilo de educación industrial introducido por primera vez en Prusia a principios del siglo XVIII. Un criminal sistema educativo establecido para aniquilar el potencial humano, para poner al servicio de unos cuantos, la fuerza de trabajo de los muchos. Explotación pura y dura. Pero no te asustes, ni soy rojo, ni izquierdo, ni del otro bando. El Sistema de Control de Masas está en todos lados. Sí, en la escuela también.

Te acuerdas, el Sistema Educativo conduce al fracaso. La escuela no enseña a triunfar como lo promete. La escuela es un instrumento para ideologizar y controlar. Ese es el punto.

La escuela no me enseñó a gestionar mi complejo sistema de creencias. La escuela no me enseñó a lidiar con mis pensamientos limitantes, erróneos e inútiles, ni con el diálogo interno destructivo. La escuela no me enseñó a gestionar adecuadamente mis emociones. La escuela no me enseñó a superar la vergüenza y culpa tóxica, ni la indecisión paralizante, y tampoco la impotencia. La escuela no me enseñó a superar mis limitaciones.

La escuela no me enseñó el camino para descubrir mi mayor potencial. La escuela no me enseñó a conectar con mi grandeza. La escuela no me enseñó que yo puedo ser el creador de mi vida. La escuela no me enseñó a vivir.

La escuela me hizo dependiente. Infundiéndome el miedo al regaño, a las malas calificaciones o al hacerme el vacío y no tomarme en cuenta, la escuela me hizo dependiente. La escuela me enseñó a esforzarme sólo para cumplir, a ponerme la máscara del buen estudiante, del buen muchacho, del bien portado y nada más. La escuela me hizo un esclavo de las apariencias.

La escuela mató mi curiosidad, mi mente infantil ávida de experiencias que la sorprendieran. La escuela me hizo ir a contracorriente de mi espíritu científico, filosófico y artístico. La escuela me hizo dependiente de la opinión, las experiencias y creaciones de otros, como si ya todo estuviera escrito, como si ya todos estuviera creado, como si ya todo estuviera descubierto, como si ya todo estuviera dicho, como si yo fuera un bueno para nada.

Todavía recuerdo como mi maestro de segundo grado de primaria me regresó a repetir un dibujo porque según él, yo lo había calcado. Después de la llamada de atención, tuve que hacerlo todo retorcido para poder recibir una buena calificación. Pero la culpa no fue suya, él sólo respondía a su programación mental, él sólo cumplía con lo que inconscientemente le imponían hacer.

“De hecho, es nada menos que un milagro, que los métodos modernos de instrucción aún no hayan estrangulado por completo la santa curiosidad de la investigación… Es un gravísimo error pensar que el placer de ver y buscar puede ser promovido por medio de la coerción y el sentido del deber”.

Albert Einstein

La escuela me hizo dependiente de creencias absurdas, groseras, erróneas, inútiles y limitantes: —Si no estudias serás un don nadie. Sólo si estudias triunfarás. Haz una carrera para que tengas éxito. Gana mucho dinero y serás feliz. Los pobres son pobres porque quieren. Los Pobres son unos fracasados, unos inútiles, unos holgazanes, unos mugrosos. La pobreza apesta—. Y otras tantas bellezas como esas.

La escuela no me enseñó que el oficio, trabajo o profesión debe ir alineado a mis talentos, a un código de fortalezas y valores personal y funcional, que el trabajo o profesión debe ser una misión existencial trascendente, que esencialmente debe buscar servir a nuestros iguales, llevarles bienestar. Que todos merecemos el mismo trato y respeto, independiente de nuestro oficio o profesión, de si se es analfabeta o científico de la nasa, vendedor ambulante o empresario de una transnacional.

La escuela no me enseñó que la máxima satisfacción en la vida es ser útil a los demás. Que nuestro paso por este mundo es tan efímero, que debe dignificarse. Que la pobreza no es un delito y mucho menos un castigo divino. La escuela no me enseñó que la pobreza no es el resultado de la falta de aspiraciones o de esfuerzo, sino consecuencia de un Sistema Económico despiadado, inhumano y brutal. Un Sistema Económico que para sostener a los pocos de más arriba necesita esclavizar a los muchos de más abajo. Un sistema económico que no respeta ni los más elementales principios de la vida. Un sistema económico que todo devora y destruye, bosques, selvas, océanos, lagos, ríos arroyos, animales, minerales, seres humanos, todo.

La escuela no me enseñó a concentrarme en lo que es verdaderamente importante. No me enseñó que para producir grandeza, necesito concentrarme en lo que es grande y valioso, la Vida. No me enseñó que ésta, la vida, es testificada en el poder creador de la naturaleza y de los seres humanos, en la inteligencia, la vocación de servicio, el amor al prójimo, el cuidado de los niños, la familia, en un propósito esencial trascendente, un vivir para servir, un servir para vivir.

“Cuando un estudiante se gradúa ha sido educado para ser pasivo; ser dirigido por otros; tomar en serio las recompensas y castigos de la autoridad; fingir que les importan cosas que no les importan; y que uno es impotente para cambiar su situación insatisfactoria”.

Bruce Levine

La escuela no me enseñó a cuestionar nada, me enseño a aceptar todo. A ser sumiso, obediente. La escuela no me enseñó el pensamiento crítico y juicioso, no me enseño a pensar.

Y por si todo eso no fuera suficiente, la escuela no me enseñó a comenzar de nuevo si eso era lo correcto. La escuela no me enseñó a tirar lo inútil.

La escuela me enseñó a guardar las apariencias, a cumplir con una actividad que me de dinero aunque hacerla me resulte desagradable y hasta repugnante. La escuela me enseñó el camino de la mediocridad y no el de la excelencia. La escuela no me enseñó a vomitar aquello que no esté perfectamente alineado a mi naturaleza esencial. La escuela me hizo conformista, no me enseñó a comenzar de cero radical, siendo que hacerlo es lo correcto, es lo que me hace ostentar con dignidad el título de ser humano.

Y es que como dice John Taylor Gatto…

“Las escuelas… están destinadas a producir… Seres humanos cuya conducta puede ser predicha y controlada… Los productos de la escolarización son… irrelevantes. Las personas bien educadas son irrelevantes. Pueden vender películas y hojas de afeitar, empujar papel y hablar por teléfono, o sentarse sin pensar frente a una terminal de computadora parpadeante, pero como seres humanos son inútiles. Inútiles para los demás e inútiles para ellos mismos”. “La verdad es que las escuelas no enseñan nada salvo como obedecer órdenes… Vivimos en redes, no en comunidades, y todos los que conozco están solos por eso… Las escuelas fueron diseñadas… para ser instrumentos de la dirección científica de las masas. Las escuelas están diseñadas para producir, a través de la aplicación de fórmulas, seres humanos estandarizados cuyo comportamiento pueda ser predecible y controlado”.

John Taylor Gatto

La escuela no me enseñó a observar el impacto que hago en la vida de los demás. La escuela me hizo egoísta. La escuela me enseñó a vivir desde mi yo vanidoso, codicioso, envidioso y a todo eso lo disfrazó con el brillante concepto de competitividad y mejora personal.

La escuela me enseñó a tener, tener, tener y tener y tener. El último celular, el último automóvil, la nueva computadora, estar siempre a la moda, la fiestecita que justifica la adicción a los sustitutos del genuino placer humano; consumir, consumir, consumir, tragar, tragar, tragar y tragar todo lo que se pueda, que siempre hay más y más, la producción nunca se acaba. Que para eso es la escuela, para producir máquinas humanas que sostengan la enorme e inagotable maquinaria de producción que engorda los bolsillos de quienes las poseen y nos poseen.

La escuela me hizo una “lobotomía” para incrustar sus programas en mi tierno cerebro, para enquistar en mi mente el absurdo de la supuesta civilización moderna. Bajo procedimientos inhumanos, la escuela me convirtió en una CA, una Conciencia Artificial, un autómata, un robot, un sirviente fiel para su maquinaria de producción y su Sistema Aniquilador del Espíritu y Potencial Humano. Al venderme por miserables treinta monedas y traicionar al espíritu de la Verdad, la Justicia y la Vida, me convertí en el fiel sirviente hacedor del trabajo sucio de ese miserable explotador.

Pero no fue mi culpa, ni es tuya, el responsable es el Sistema y sus Medios de Control Masivo, porque como dijo el periodista Walter Lippmann:

“Hay que poner a la manada desconcertada en el lugar que le corresponde como espectadores pasivos, no participantes activos, en la organización de una sociedad”.

Walter Lippmann

Ese es el propósito de esa ideología elitista, con la que se empoderan unos cuantos, los de más arriba. Una ideología a la que ellos llaman, “Mentalidad de Crecimiento o Mentalidad de Millonario o Mentalidad de Tiburón” falaces frases que son un insulto para la inteligencia y la humanidad. Una ideología elitista con la que se desprecia y deprecia al grueso de la humanidad, rebajándola a la categoría de máquina productora, ejecutora y no pensante.

“…la masa del público es demasiado estúpida para ser capaz de entender las cosas. Si tratan de participar en la gestión de sus propios asuntos, sólo van a causar problemas. Por lo tanto, sería inmoral e impropio permitirles hacer eso. Tenemos que domesticar a la manada desconcertada, no permitir que la manada desconcertada se enfurezca, pisotee y destruya las cosas”.

Noam Chomsky

La escuela no me enseñó que el más grande impacto que puedo hacer en la vida de los demás, es servirles a través de una actividad que se hace desde la más genuina naturaleza del ser humano, desde la vocación, desde el Talento Natural Consubstancial a la Vida, desde la Urgencia Suprema de la Significación Objetiva de la Existencia. Y con todo lo que sí me enseñó, me quitó mi identidad.

Sí, la escuela me quitó mi identidad. Me hizo extranjero en mi propia tierra. Me hizo ignorante de mi origen, de dónde vengo, hacia dónde voy y para qué existo. Me hizo sentir vergüenza de lo que soy, de mis padres, de mis abuelos, de mis ancestros, de mis raíces.

La escuela me hizo mucho daño.

La escuela me hizo dependiente, débil, frágil, un parapléjico mental incapaz de vivir de verdad. Incapaz de tomar decisiones por sí mismo, pero creyendo lo contrario.

La escuela me hizo daño hasta que decidí ser yo mi propio educador. Hasta que decidí ir, como pudiera y con lo que tuviera, a la búsqueda de un nuevo conocimiento, a la búsqueda de una nueva forma de aprender, a la búsqueda de una nueva forma de vivir.

La escuela me hizo daño hasta que decidí ir a la conquista de mi grandeza. Hasta que le dije ¡basta! Y me propuse, costara lo que me costara, encontrar el camino que me liberará de toda esa bazofia instalada sin mi consentimiento en mi mente.

Pero, la realidad es que la escuela no enseña a triunfar a nadie.

Sí, es duro esto y para muchos inaceptable. Pero es la verdad, la pura realidad cruda y dura. La escuela no enseña a triunfar a nadie. El sistema educativo sólo sirve a los intereses de quienes ordenaron su creación. Sólo sirve para alienar al ser humano, para alejarlo de su genuino potencial, para esclavizar las consciencias y ponerlas al servicio de la cadena de producción de más y más esclavos del pensamiento, siervos sumisos del Sistema.

La verdad es que la escuela es un instrumento de programación mental, una cárcel, una sala de tortura, un horrendo calabozo, un lugar donde desnaturalizar al ser humano. La escuela convierte desde la más tierna infancia al individuo, en un zombi, un humanoide, una máquina, una criatura carente de creatividad, carente del real sentimiento de existir, carente de amor, de genuino autorrespeto y respeto a los demás, de empatía, de responsabilidad; en fin, de humanidad y del auténtico conocimiento de sí mismos para conducirse adecuadamente en la vida.

Esa es la realidad. Me llena de furia, de la buena, esta realidad.

Era el primer día de clases en la secundaria y allá sin que todos los demás se dieran cuenta, caí en las garras de esta bestia aniquiladora de la consciencia humana.

Caminamos hacia la cancha de futbol. Y ahí, en la base del poste de la portería había una caja de cigarros y un encendedor.

Quedé paralizado por la indecisión del desafió. —¡Qué el que sea más hombre se fume uno! Dijo un compañero.

Y yo. Ya sabes. No sólo me fumé aquello, también me fumé lo que me prometió el más grande Vende Humo de la historia.

“Mientras el pueblo no quiera ejercer su libertad, los que quieran tiranizar lo harán; porque los tiranos son activos y ardientes, y se dedicarán en nombre de cualquier número de dioses, religiosos o de otro tipo, a poner grilletes a los hombres dormidos”.

Voltaire

Yeicob Limdelver

Es co-fundador del CEICARMAN, co-autor de El Diario de Prometeo y creador de contenido educativo especializado en desprogramación de estructuras de control social. Con formación profunda autodidacta en filosofía crítica, psicología social y sociología del poder, dedica su trabajo a desenmascarar sistemas de manipulación institucional y recuperar el conocimiento primordial pre-dogmático. Su propósito a partir de su encuentro con La Sociedad Locredcim: Custodiar el fuego de la CRAMAN y del pensamiento crítico radical para quienes buscan realizarse genuinamente sin fantasías, sin gurús, sin dogmas, sin jerarquías.

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